sábado, 13 de diciembre de 2008

Lucas

No pudo tocarla. Había avanzado y navegado sobre su suave piel descubriendo lugares secretos y cálidos bajo la sábana de la seudo oscuridad. Y de repente su sangre se congeló. Aquella seudo oscuridad reveló un cuerpo frágil y tierno enrumbándose a la travesía de la excitación y del fracaso. Aquella seudo oscuridad se transformó en una luz cegadora. Lucas sintió que se había convertido en una especie de monstruo y se odió a sí mismo. Sintió que ella no era una víctima. Era algo más, pero no quiso averiguarlo. Había pasado sus días buscando abrigos fugaces y regresando a sus vacíos subterráneos. Había decidido no lastimarse nunca más. Había decidido construir una red y atrapar cuerpos tibios. Se vio desnudo e indefenso y vio ojos y miradas féminas que se multiplicaban llenas de odio, llenas de amor, llenas de desprecio, llenas de cariño. ¿Qué estoy haciendo? Se preguntó en los rincones de su mente. Sus temores se reflejaron en abrazos y delicados besos. Ella no entendía nada. Solo pensaba en huir.

Cuando Beatriz conoció a Lucas pensó que era un tipo interesante. Unos amigos se lo presentaron al encontrarlo paseando solo por la Plaza de Armas. Él se quedó un buen rato con ellos y ella recuerda con claridad que él la llamó malcriada y además le dijo que nunca iba a conseguir nada con esa actitud. Y es que Bea era una chica huraña o al menos esa fue la impresión que le causó a Lucas. No aguantaba bromas y sus respuestas lo molestaban mucho más. Era, de vez en cuando, más sarcástica que él. Y es que cuando te topas con alguien que posee los mismos mecanismos defensivos, la impresión ya no es la misma. O terminas airado o terminas intrigado. Y la intriga te conduce por caminos impredecibles. Los caminos que Beatriz recorrió.

Lucas cantaba covers en una banda de rock y todos los viernes por la noche se presentaba en el bar cultural Next Drink. Había pasado ya casi un año y se sorprendió al ver a Bea en una de las mesas. Sus ojos color miel, su cabello negro y su tez morena siempre hacían una buena combinación. Y sus mejillas de ardilla eran una provocación para saludarla. Mas no la saludó hasta terminado el show. Luego se acercó, se sentó a su lado, probó su mejilla con sus labios y la abrazó. Ella dejó caer su cabeza sobre su pecho y lo cubrió con su pelo. Se abrigó en él como si lo hubiese necesitado desde que lo conoció.

Lucas piensa que el tiempo juega bromas. Piensa que el tiempo te lleva a lugares y momentos ilusorios. Aquellos lugares y momentos que jamás crees que puedan existir, pero que existen por las vueltas que da este perverso esferoide. Piensa que algunas veces llegan en instantes. Y se van. O se quedan. Piensa que se van cuando el sueño ya se dejó de soñar. Y piensa que se quedan cuando el sueño aún perdura. Aún así, es ilusorio, dice.

Tan ilusorio como aquella noche en el hotel.

En la cama los dos yacen desnudos mirándose. Los dos tienen miedo, pero son miedos diferentes. Ambos se gustaron en el pasado y para Lucas fue una ficción. Ahora se encuentran en el presente y él quiere creer que debe seguir siendo una ficción. Por un momento, se niega a creer en eso y cae por el abismo que él mismo ha creado. Ella no cree que sea una ficción, pero también cae por el mismo abismo. Se aferra a él. Lo siente. Se enamora. Se culpa. Se hunde. Ya es tarde y debe marcharse.

En el taxi, llora. Sus lágrimas le duelen. Y sus dedos caen sobre el celular: “No estoy bien… Y fácil yo soy la única que tiene la culpa (por llegar hasta ahí). Pero de verdad no quería solo eso… ¡Adiós! Ya no me quedan muchas ganas de verte.”

Lucas quería decirle que no se despida. Que podía ser la mujer que cambiaría su vida. Pero no lo hizo por miedo. No lo hizo por cobardía.

Jamás la volvió a ver.


(resplandor - Homicida del silencio 30 de nov.)

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